ESTADOS DE CONCIENCIA.-
El alma como individualidad diferenciada de cada ser humano puede considerarse, de acuerdo con la antigua noción metafísica, como algo indivisidble, pero sólo en el sentido de que siempre se halla presente por entero en nuestra conciencia. La verdadera y efectiva unidad del alma no representa otra cosa que la tendencia de todos los elementos de nuestro yo hacia una síntesis sistemática y total de sus fuerzas, que si en todos los casos se nos presentan como convergentes y solidarias, no siempre y necesariamente han de hallarse unificadas.
Si prestamos atención a nuestro mundo interior, fácil nos será comprobar que en cada momento, reflejos de nuestro organismo, imágenes, representaciones, ideas, impulsos, voliciones y afectos se suman, mezclan y superponen para en su conjunto construir nuestro estado anímico actual. Tal complejidad nos obliga a rechazar por igual la identificación de la total actividad del alma en una función única y la posibilidad de separar y aislar como independientes cada una de las facultades del espiritu. Inteligencia, voluntad y sensibilidad, más que tres elementos distintos, son tres puntos de vista inseparables sobre las mismas funciones vitales. No existen una vida intelectual, otra activa y otra afectiva simultáneas pero diferentes, sino tres modalidades de la sola realidad que representa la conciencia.
Todo estado de conciencia puede considerarse desde tres puntos de vista, que nos ofrecerán respectivamente tres facetas diversas, según consideramos el objeto, el sujeto o la reación o acción recíproca del uno sobre el otro. Son, pues, tres formas inseparables de nuestro pensamiento que siempre se presentan como solidarias y no se comprenden las unas sin las otras, aunque por corresponder a planos diferentes puedan a veces darnos la ilusión de constituir estados anímicos exclusivamente intelectuales o conceptos; voluntarios o decisiones libres, y afectivos o sentimientos.
Tal ilusión es posible porque el hecho de que dentro de nuestra conciencia sean inseparables la fantasía, la voluntad y la inteligencia, no implica que seamos incapaces de distinguir sus respectivas actividades o esferas de acción. Buena prueba de ello son los términos ideas o juicios, deseos o determinaciones y sentimientos o emociones que en nuestro mundo interior nos producen cada uno de estos sectores de nuestro espiritu.
Voluntad, inteligencia y fantasía funcionan siempre con una doble misión que podriamos denominar activa y pasiva, o sea de iniciativa y de recepción. Pues si la inteligencia nos sirve para forjar nuestras propias ideas, es por medio de ella como comprendemos las de los demás. Del mismo modo, si nuestra voluntad nos deternina a obrar y a mandar, ella es la que nos decide a obedecer o a resistir a la voluntad ajena, igual que la fantasía, capaz de crear belleza, nos hace apreciar la que a nosotros llega.
TENDENCIAS.-
El hombre lleva dentro de sí como energía propia de su alma un conjunto de fuerzas latentes que constituyen el fondo de nuestro ser. Así como en mecánica todo movimiento presupone una fuerza anterior que lo ha originado y sin la cual no podemos concebirlo, nuestras reacciones espirituales no serían posibles de no exsistir en nosotros mismos un estado de receptividad y una potencia virtual a actuar.. La conciencia, por ser ella misma una acción y aun la acción por excelencia, no puede darse cuenta como actuales de las enegías encerradas en ella más que cuando actúan o al menos comienzan a actuar. Pero aunque sólo sea por esos pequeños escapes de fuerza acumulada que se nos traducen como impaciencia, inquietud, intranquilidad o sensaciones análogas, nos es dado concebir y comprobar indirectamente la existencia de tales posibilidades en forma de energía portencial; posibilidades que son los móviles ordinarios de nuestra acción y han de consumirse en una actividad que puede revestir la triple forma de motriz, intelectual y afectiva.
Esas fuerzas latentes cuya imperceptible gradación suele conocerse corrientemente con los nombres de impulsos, inclinaciones, instintos, hábitos, etc., constituyen las tendencias de nuestro yo. La presencia de tales tendencias es condición previa e indispensable para nuestra vida espiritual, hasta tal punto que las representaciones, imágenes e ideas pueden considerarse como el aspecto intelectual de una tendencia, los movimientos fisiológicos como resultado activo, y los sentimientos como la faceta afectiva de la misma.
SENSACIONES Y SENTIMIENTOS.-
Cuando el alma humana enfoca su atención hacía las percepciones que el mundo exterior y el mundo subjetivo le ofrecen, se da cuenta de ellas, recibiendolas en forma de sensaciones. Mas el alma no se limita a un estado de pasividad ante las llamadas de atención provocadas por los agentes externos o por ideas y voliciones internas, sino que, en virtud de su propia individualidad racional, reacciona ante ellas, originándose así diversos estados de conciencia a los que se conoce con el nombre de sentimientos.
Los sentimientos corresponden, pues, a una función de nuestro yo, y su carácter es completamente subjetivo, ya que nos nos revelan nada de las cosas exteriores, sino nuestra propia manera de ser. Nos afectan sólo a nosotros mismos por ser una reacción de nuestra peculiar personalidad. Pertenecen al orden afectivo y siempre resultan confusos, pues la conciencia no logra distinguir los variadísimos elementos que los integran, aunque advertimos se mueven entre los polos opuestos de la satisfacción y del desagrado.
ÍNDOLE DE LOS SENTIMIENTOS.-
Los sentimientos se componen de dos clases de fenómenos inseparable: fisiológicos y psicológicos. De los fisiológicos unos radican en órganos vagamentte circunscritos como glándulas, músculos o vasos capilares de la periferia, vísceras, y especialmente el aparato circulatorio. Temblor, rubores, palidez y aceleración o retardo de los latiods, son sus manifestaciones más frecuentes. Sin duda por ello el corazón ha pasado en todos los tiempos por ser el órgasno de las pasiones. Los otros fenómenos fisiológicos proceden de centros nerviosos capaces de determinar la perturbación orgánica, como cuando se nos saltan las lágrimas o experimentamos un acceso de risa. Para ciertos estéticos los fenómenos fisiológicos constituyen la verdadera esencia de los sentimientos, y si un James y un Lange se inclinan por la teoría periférica, Sollier es partidario de la teoría cerebral.
Respecto a los fenómenos psicológicos, también pueden distinguirse en ellos estados parciales y reacciones de conjunto. Las teorías psicológicas no ven en las manifestaciones orgánicas más que el efecto de los sentimientos a los que consideran como una realidad exclusivamente anímica independiente e irreductible.
Ambos puntos de vista resultan demasiados exclusivos, pues, realmente, en todas las formas de estados afectivos complejos intervienen como elementos integrales hechos psico–fisiológicos parciales y de conjunto con sus correspondientes tendencias.
SIMPATÍA Y ANTIPATÍA.-
Nuestros sentimientos cuando reaccionamos ante las sensaciones externas transmitidas por los órganos de los sentidos o ante las sensaciones internas emanadas de nuestro propio mundo subjetivo, pueden reducirse a dos modalidades genéricas, según que las sensaciones recibidas estén de acuerdo con nuestra expontánea naturaleza o se opongan, por el contrario, a nuestro peculiar modo de ser. Como una manifestación del instinto vital que palpita en todos los seres animados, cuando las sensaciones coinciden con nuestra personal idiosincracia, nos cautivan y atraen con fuerza irreflexiva, y denominamos simpatía a esta modalidad de sentir. Análogamente se entiende por antipatía la modalidad de sentimientos opuestos a los anteriores, es decir, la reacción adversa operada en nuestra alma ante las sensaciones que se hallan en desarmonía con nuestra propia naturaleza.
Esta apreciación o valoración de las sensaciones se verifiva en virtud de ciertos principios generales presentes en la conciencia de todos los hombes y que se les imponen necesariamente, auqnue con matices y grados que varían de unos a otros individuos.
VERDAD, BONDAD Y BELLEZA.-
Los conceptos absolutos inherentes al alma humana y que constantemente rigen su actividad se reducen en esencia a tres principio fundamentales de verdad, bondad y belleza, que corresponden, respectivamente, a las tres grandes formas normativas de la conciencia. Todo cuanto experimentamos, conocemos o sabemos entra necesariamente en el ámbito de uno de esos sectores, magnífico tríptico de la ciencia, la moral y el arte, cuyo conjunto abarca el total de posibilidades de nuestro pensamiento. Llamamos verdadero a cuanto coincide con la realidad o con la noción que de la realidad tenemos formada, y falso a lo que se aparta de ella, según valoración de nuestro juicio inteligente. Se denomina bueno a lo que está conforme con nuestro sentimiento ético, o sea con la idea del bien que cada uno posee, y malo a lo que contraría nuestra finalidad moral, sentida o pensada. Y, finalmente, califícase de bello a todo aquello que se adapta a nuestro ideal estético, y de feo a cuanto se opone al personal concepto de hermosura.
La verdad, la bondad y la belleza son las respectivas finalidades de la inteligencia, la voluntad y la fantasía, que tienden hacía aquellas como a sus privativas aspiraciones, y así el recto pensar busca la verdad absoluta, el sano querer propende al bien supremo, y el sentimiento artístico anhela la eterna belleza, la que con su encanto subyuga todas las fibras de nuestra naturaleza afectiva, y al despertar las más encontradas e intensas emociones, eleva al hombra al rango superior de su espiritualidad.
Dentro de la Psicológia o parte de la folosofía que trata del alma, cada uno de estos tres sectores de la actividad espiritual ha dado origen a una rama especializada: La Lógica, ciencia de la inteligencia y de la razón para el logro de la verdad; la Ética o Moral, ciencia que guía a la voluntad en su aspiración hacía el bien, y la Estética, ciencia de la belleza, que rige y gobierna la fantasía.
Los conceptos de verdad, bondad y belleza revisten carácter positivo, porque se corresponden con los principios inmanentes de nuestra alma, y en contraposición con ellos nacen los tres términos negativos de lo falso, lo malo y lo feo. Por la tendencia natural del alma humana a experimentar simpatía por todo cuanto se armoniza con su finalidad esencial, propende normalmente hacía lo verdader, lo bello y lo bueno, y rechaza, por el contrario, todo lo que comprenden los tres aspectos negativos.
PLACER Y DOLOR.-
En el orden fisiológico llamamos salud a la armonía vital, que en los seres animados se manifiesta como expresión sensitiva y consciente, equivalente al bienestar, y como motora o de bienandanza. Sólo en ese estado armónico existe la salud, como perfecto equilibrio fisiológico, y su sensación es agradable y optimista, originando en quien la disfruta una íntima satisfacción o placer. Como no es dable más que un solo estado armónico, resultado de que cada elemento cumpla debidamente su misión, para los seres vivvos no hay más armonía que la salud, que es la forma viviente del bien, y, por tanto, todo lo anarmónico es mal; y así, lo mismo el dolor que el placer sensual o provocado, lejos de representar respectivamente el mal y el bien, significan para el organismo dos modos anarmónicos de vivir, o sea dos formas del mal positivo.
En la alternativa vital, la apetencia trae aparejado un principio de dolor, que se convierte en principio de placer cuando se sastiface la necesidad sentida; mas estos fenómenos fisiológicos pueden degenerar, de un lado, en verdadero dolor, por exageración accidental de la apetencia, y de otra parte, en insano placer, por extremado sensualismo en la saturación. De ahí que con extraordinaria frecuencia el ser humano destruya voluntariamente el equilibrio que constituye la salud, para rodearse de pasiones y vivios, consistentes en una estrafalaria mezcla de placeres y dolores que, no siendo en el fondo más que enfermedades, suelen pasar por cortejo de la salud misma.
Si del orden físico pasamos al espiritual, podemos comprobar que el hombre posee, al lado de sus apetitos fisiológicos, apetencias o deseos inmateriales, que, según hemos dicho, se reducen a la constante aspiración hacía lo verdadero, lo bueno y lo bello, cuya sensación en nuestra mente produce en condiciones normales un placer. Por el contrario, la sensación de lo falso, lo malo y lo feo es anarmónica y antipática, y en diverso grado produce dolor.
El hecho de que el hombre pueda operar la transformación del dolor en placer sensual permite que la imaginación realice esta metamorfosis y origine placeres de alguno de los siguientes modos: exaltando la apetencia y complicando los trámites de la obtención de lo simpático, para que disfrutemos más al conseguirlo; prolongando lo antipático para acrecentar el placer de repelerlo, y creando por la reiteración de tales actos un hábito irritativo fisiológico o un amaneramiento intelectual. Por estos medios se llegan a producir en la vida corporal vicios tan execrables como el alcoholismo y la morfinomanía, que constituyen verdaderos fenómenos patológicos, y en el orden social se origian lacras tan perniciosas como la usura y el juego. Mas tambien se hallan copiosas fuentes de la emoción artística o estética en estas maneras de convertir el dolor en placer.
Hemos reconocido que, naturalmente, todo lo bello nos produce placer o sensación desagradable; mas al poner en actividad nuestra fantasía, podemos imaginar que nos gusta una cosa fea para convertir una sensación antipática en simpática; podemos retardar la posesión de lo bello exaltando su apetencai para gozar mñas al admirarlo, y tambien nos es dado prolongar la presencia de lo feo sólo para disfrutar con mayor intensidad del placer de repelerlo, experimentando el gusto que nos produce la desaparición del dolor previamente provocado en nosotros por la sensación antipática. El arte, en general, y el musical particularmente, aprovechan estos recursos imaginativos para exaltar y valorar las sensaciones, convirtiéndose en elementos estéticos, lo bello, por sí, y lo feo, por contraste; de aquí que belleza real y belleza artística sean términos muy diferentes en algunos casos.
LAS EMOCIONES.-
No es siempre el sentimiento el término final de la reacción producida en nuestra alma por la serie de sensaciones que incesantemente reclaman su atención, bien procedentes del mundo que nos rodea, bien del mundo interno de nuestro propio espiritu.
Las sensaciones vulgares y corrientes, aun dándonos cuenta de ellas, apenas despiertan en nosotros un débil sentimiento desprovisto de toda emoción, y la mayoría de las veces ni siquiera perduran en nuestra memoria. Existe otro orden de sensaciones que interesan a nuestra inteligencia o a nuestra voluntad; que son capaces de despertar sentimientos intensos y se graban en nuestra memoria para aumentar el caudal de nuestros conocimientos, ideas y experiencias, y servir de base no pocas veces, para propios razonamientos y actividades de toda índole; mas, sin embargo, no tienen la virtud de hacer vibrar hondamente nuestra sensibilidad. Y hallamos, por último, un género especial de sensaciones, entre las que se encuentran las artísticas, que, bien por su intensidad, bien por corresponder con íntimas fibras de nuestra humana contextura espiritual y pasional, exaltan de tal modo nuestros sentimientos que los elevan a la categoría de emociones.
Es inútil pretender definir la emoción. Al decir que es un cierto estado de ánimo, especie de conmoción psíquica o momentánea exaltación del sentir, no conseguiríamos evocarla ni remotamente en quien no tuviese la propia experiencia de lo que una emoción representa para nuestro ser. Como todo lo personal e íntimo, la emoción es inefable, y na hay manera de descbribirla por abundantes que sean las palabras, las imágenes y las metáforas empleadas. Así como no es posible transmitir la sensación de luz y color al que no los ha visto por sus propios ojos, ni hacer comprender lo que es el sonido a quien no lo ha escuchado, no se puede pretender explicar lo que la emoción representa a quien no la ha sentido alguna vez. Pero, por fortuna, aunque el grado de sensibilidad sea variable y las gamas de las emociones tan encontradas y diversas, cada uno, a su manera, ha experimentado ese peculiar estado de ánimo, el más humano quizá de todas nuestras facetas psíquicas, en que nuestro propio ser se siente parte activa en las sensaciones que recibe, y nos hace admirar, sufrir, gozar, amar, dudar o temer, con un variadísimo cortejo de matices, siempre entremezclados y confusos, que con frecuencia llevan como obligado complemento involuntario e inevitable el llanto, la risa, el temblor, el escalofrío y otros mil reflejos fisiológicos de nuestras emociones, según sean alegres o tristes, exultantes o deprimentes, desesperantes o consoladoras.
La emoción es, pues, el resultado final de la relaciones de nuestro propio yo consigo mismo y con el mundo exterior. Es el momento en que al tomar parte activa nuestra alma nos sentimos más nosotros mismos, participando todo nuestro ser con su máxima intensidad afectiva en un instante determinado de esa continua suseción de sensaciones que constituyen la vida misma.
El caudal de emociones, gratas o penosa, vio lentas o suaves, aisladas o superpuestas, es el sedimento más hondo, profundo y cordial que los años van dejando en nuestro espiritu.
Charles Lalo considera la emoción como uno de los tres grados principales que pueden distinguirse en todos los estados afectivos complejos. Suponiendo cada estado efectivo como efecto de una previa tendencia, considera la emoción como su explosión violenta, brusca, pero pasajera, algo así como la manifestación aguda transitoria. El sentimiento propiamente deicho representaría, en cambio, la persistencia normal de esa inclinación o tendencia a la que estamos tan habituados, que la conciencia apenas lo advierte, salvo por sus explosiones emotivas rápidas y espaciadas. Y la pasión constituye el paroxismo que mantiene la violencia emocional en exaltación permanente, revistiendo una forma crónica y casi patológica.
LA SENSIBILIDAD.-
Por sensibilidad se entiende la facultad de sentir propia de los seres animados. Es, pues la sensibilidad la facultad del espiritu que comprende todas las complejas reacciones del orden afectivo. Aunque inseparable, como hemos indicado, de la inteligencia y de la voluntad, podemos distinguir su función de los juicios intelectuales de nuestra razón y de los impulsos y decisiones de nuestro querer. En la sensibilidad se encuadran, quizás como las más importantes y, desde luego, entre las más elevadas, la serie de emociones que las sensaciones artísticas producen. La órbita de la belleza con su peculiar facultad, la fantasía, tanto en el sentido activo creador como en su calidad receptiva, cae por completo dentro de la esfera de acción de la sensibilidad. La apreciación de lo bello depende de la sensibilida artística, y, como en su momento veremos, precisamente la Estética nació como ciencia cuando filósofos compredieron que esa facultad especial distinta del juicio intelectual, que rige el proceso total del Arte, reclamaba una disciplina propia e independiente.
Si en un principio la sensibilida se supeditó al bien y después a la verdad, mezclando tres conceptos absolutos diferentes; y sin aun al admitir al conocimiento sensible como rama especial de la psicología se le creyó de categoria inferior con relación al conocimiento superior o intelectual, hoy día la sensibilidad ha adquirido el puesto que legítimamente le corresponde en el mismo plano y con igual categoría que la razón. Se ha echado de ver que dentro de la educación integral de nuestras facultades anímicas, la sensibilidad juega un papel de la mayor importancia sobre la formación espiritual del hombre, y que si el saber y la cultura son imprescindibles para el progreso humano, de bien poco sirven si paralelamente no se cultiva esa facultad preciosa de que derivan nuestros sentimientos y emociones, y que al abarcar nuestro complejo pasional y emotivo tanto contribuye a la formación de la personalidad y del carácter.
Si es necesario instruir, aun es más necesario educar; y en la educación del espiritu nada tan delicado como encauzar desde la infancia la sensibiliddad, disciplinando y depurando las espontáneas reacciones del alma, para que éstas no desborden como simples arrebatos instintivos o degeneren en pasiones incontrarestables, sino que, guiadas por una orientación segura, eleven los afectos y pasiones a un noble plano de aspiración ideal.
CICLO COMPLETO DE LA VIDA ESPIRITUAL.-
Con la emoción termina el ciclo completo de la vida espiritual, tanto en sus relaciones con el mundo exterior como con el propio mundo subjetivo. Es el término último a que pueden llegar las originarias impresiones o percepciones, al hacer que nuestro yo participe en ellas como agente vivo y sensible, viniendo así a cerrar el total ciclo de susecivos momentos que ponen al alma en contacto con la actividad de sus propias potencias y con los agentes externos que desde fuera la reclaman.
Mas en la esfera del arte y la belleza, la emoción no se reduce a grado final de recepción, sino que es también origen o momento previo de creación. Si en quien recibe la impresión artística la emoción no se produce más que a través de la obligada concatenación de fases, que desde los sentidos llegan a conmover al alma, en cambio para que un artista creador logre que su fantasía imagine nuevas y bellas formas es necesario que previamente el alma de tal artista haya experimentado esa sacudida peculiar que la emoción, en cualquiera de sus matices, proporciona al espiritu.
Examinada desde un punto de vista más folosófico que poético, la inspiración no es otra cosa que una emoción especial de carácter artístico que acompaña a los destellos de la genialidad. Y esa emoción, que si no puede explicarse ni analizarse puede, en cambio, transmitirse, unas veces se vale de palabras, que reciben en el cerebro su ilación lógica., otras de combinaciones de líneas, planos y colores, y otras de conjuntos o sucesiones de sonidos, que gobernados por leyes ritmicas, adquieren asimismo en el cerebro la calidad y categoría de pensamientos musicales, los cuales, no por ser intraducibles por medio de palabras, dejan de tener el valor de auténticas ideas y son fieles reflejos de emoción estética, capaces de despertar reaccion análoga en el alma de quien las recibe, con ese encanto, un tanto misterioso, que hace que la música, precisamente por su inefabilidad, sea el medio más sutil y adecuado para originar ese estado de ánimo también inefable que constituye la emoción.
Así, todo el ciclo artístico se desarrolla entre dos emociones: la emoción originaria del artista creador y la emoción final que en el espectador produce la obra del artista.
Volviendo al proceso de relaciones del alma humana, podemos ya establecer la serie completa de momentos sucesivos, cuando se trata de agentes externos, en la siguiente forma: impresión en los sentidos, percepción en el cerebro, sensación en el alma, sentimiento favorable o adverso despertado por la sensación y, en su caso, emoción personal ante la sensación recibida.
Si, en cambio, se trata de fenómenoos del mundo subjetivo, deja de existir el primer momento de la impresión en los sentidos, ya que las actividades de nuestras potencias se revelan en el cerebro como percepciones, y el ciclo completo queda reducido de este modo: percepción, sensación, sentimiento y emoción.
ASOCIACIONES DE IDEAS.-
Ya hemos dicho que el hombre, en virtud de la facultad llamada memoria, conserva el recuerdo de sus sensaciones, que mentalmente puede reproducir después de pasadas. Este recuerdo se extiende también a los sentimientos y emociones, así como a toods los estados de nuestro ánimo.
Mas nuestra memoria no es como un archivo o fichero, en el que quede aislado el recuerdo de cada sensación o emoción como algo suelto e independiente. Por el contrario, el alma humana, por su propia esencia, tienen la facultad de relacionar y unificar no sólo las sensaciones que ha hido recibiendo, sino el cortejo, tanto ideológico como de emociones afectos y pasiones que completan el estado de conciencia de cada instante.
Este fenómeno recibe el nombre de asociación de ideas, y a él se debe que nuevas sensaciones despierten el recuerdo de otras pasadas, ideas actuales reverdezcan otras anteriores, y la presencia o simple rememoración de unas u otras evoque en nuestro espíritu el complejo psicológico que en cada momento las acompañó.
De tal suerte, la vida espiritual se agita en un incesante desfile de superpuestas actividades, que, al sentirlas, nos proporcionan la conciencia de nuestra propia inidividualidad y constituyen en su conjunto el contenido de microscosmos que representa el mundo subjetivo de cada alma, haciendo de ella una personalidad independiente dentro de la unidad del destino humano.