EL LENGUAJE.

El alma humana, al ponerse en contacto con el mundo exterior, no se limita a recoger las sensaciones que éste le brinda. Cada ser tiene una auténtica personalidad, que tiende a proyectarse fuera de sí misma y a relacionarse con la Naturaleza y con los demás seres. De las impresiones que a nosotros llegan, si muchas derivan del reino inorgánico, no pocas proceden de otros seres, que se ponen así en comunicación con nosotros, de la misma manera que somos capaces de transmitirles nuestras ideas, pensamientos, deseos o estados de ánimo.

A este orden de relaciones espirituales establacidas por signos externos corresponden todas las actividades de carácter artístico, y por ello el lenguaje reclama nuestra atención y nuestro estudio.

Para nosotros, el término lenguaje no puede tener la restringida acepción de referirse tan sólo a la expresión de pensamientos e ideas por medio de la palabra hablada o escrita, ni siuiera en su comprensión más extensa de ir acompañado en su forma oral del tono y el gesto, que tanto pueden modificar su significación. Si tal hiciésemos, la teoría del lenguaje no guardaría nexo alguno con las representaciones artísticas, salvo en sus especialidades literaria y poética, siendo por completo independiente de las modalidades musicales y plásticas, que deben hallarse también comprendidas en ella.
Consideramos, pues, como lenguaje todos los medios de comunicación interpsíquica, es decir, las diversas maneras de relacionarse espiritualmente los seres.

Así como cada hombre puede en su conciencia comunicarse consigo mismo por modo directo, sustancial e inmediato, no lo es posible, en cambio, relacionarse con los otros seres animados sino de forma indirecta o mediata, que consiste en expresar por actos del orden físico sus diveros estados anímicos, que de esta suerte toman carácter material y corpóreo, forma única bajo la cual pueden ser apreciados por los demás.

En todo proceso de lenguaje existe, pues, un sujeto activo, que ha de comunicar sus estados anímicos, y un sujeto pasivo, capaz de comprenderlos. El sujeto activo tiene como primera iniciativa el deseo o intento de exteriorizar sus ideas, sentimientos o voliciones, y para ello ha de valerse de órganos adecuados que materializando aquellas concepciones mentales, realizan la función expresiva. Por el contrario, el sujeto pasivo comienza para realizar la función receptiva, desempeñada por órganos adecuados a la percepción o aprehensión de los fenómenos expresivos del sujeto comunicante, y sólo en último término se da cuenta, en virtud de su inteligencia imaginativa, de los estados de conciencia que aquellos signos externos representan.

De suerte que la comunicación psíquica simple o unilateral, en la cual uno de los sujetos es solamente comunicante y el otro únicamente receptor, puede representarse en su evolución completa por medio del siguiente esquema:

Sujeto activo comunicante.

INTENTO-FUNCIÓN EXPRESIVA
(acto psíquico) (acto físico)

Sujeto pasivo receptor.

FUNCIÓN RECEPTIVA-INTELIGENCIA IMAGINATIVA
(acto físico) (acto psíquico).

FORMAS DEL LENGUAJE.

Dado el amplio significado que hemos atribuido a la palabra lenguaje, no podemos aceptar la división clásica en lenguaje natural, que comprende, el tono y el gesto, y lenguaje convencional o articulado, en sus dos aspectos oral y escrito. Adoptaremos, en cambio, la clasificación de Letamendi, que establece cuatro distintas formas expresivas o de lenguaje: la emanativa, por medio de exhalaciones orgánicas; la representativa, por la virtualidad de la forma de ser; la insinuante, por la acción espontánea del gesto y el tono, y la determinantte, por la consignación reflexiva de ideas definidas y concretas, que por mutuo convenio concede sentido preciso a los signos de expresión.

LENGUAJE EMANATIVO.

Cuenta el lenguaje emanativo con diversos órganos de emisión, y tiene por órgano receptivo el olfato. Es el inferior en categoría de las cuatro clases enumeradas, y establece la natural transición entre las manifestaciones meramente fisiológicas y la expresión psíquica o espiritual. Por este carácter intermedio ofrece la particularidad de que, pudiendo obedecer en el individuo emisor a causas naturales e involuntarias, produce siempre en el receptor estados y determinaciones de carácter subjetivo. Así, la emanación orgánica que, como olor específico, desprende el gato, no resulta de un acto psíquico de éste, sino de una función fisiológica; pero recibida aquella emanación por la exquisita pituitaria del ratón, produce en éste el temor y la emigración consiguiente. Aunque la importancia de la expresión emanativa es mucho mayor en los animales que en el hombre, el sentido del olfato ejerce en nuestra especie un influjo muy vivo sobre la ideación, dándose con frecuencia casos de profunda alteración físico-moral por la asociación de ideas que una impresión olorosa es capaz de producir en determinadas ocasiones, independientemente de la naturaleza de aquel olor, y sólo por la relación peculiar que en nuestro ánimo despierta. Los individuos de fino olfato llegan a determinar el olor característico de algunas personas, y para ellos esa sola sensación u otra análoga puede provocar, por asociación de ideas, el recuerdo de aquella persona o de acontecimientos relacionados con las misma.

Én compensación a la poca intensidad que en la especie humana reviste el lenguaje emanativo natural, el hombre ha venido a crear una suerte de lenguaje emanativo artificial, imponiendo el uso generalizado de perfumes y afeites. Aparte del placer fisiológico que los aromas proporcionan el olfato, el poder evocador a que antes hemos hecho referencia, aumentando por el hábito constante, hace que esta práctica acabe por constituir un orden convencional de relaciones interpsíquicas emanativas, en el que se llega a idealizar las más finas fragancias; a ver en ella un símbolo sugestivo y poético. ¿Quien, en fuerza de que las damas acostumbren a oler a flores, no acaba por creer que las flores huelen a dama?.

LENGUAJE REPRESENTATIVO

El lenguaje representativo resulta de la virtualidad de la forma, entiendo por forma el conjunto visible de cualidades estáticas, con independencia de toda acción o movimiento. Para comprender cómo la figura, consistencia, color, magnitud y demás condiciones estáticas determinan expresión basta reflexionar que en toda cosa material, y más, si cabe, en los seres vivos, la forma debe corresponder a su naturaleza, significado y fines.

Esta revelación del carácter subjetivo de la constitución interna por medio del aspecto objetivo o material constituye un elemento intuitivo de los más importantes en la práctica de la vida: Así, la paloma , que se aterra a la sola presencia del primer milano que ve, y el pajarillo, que se estremece en la rama del árbol la primera vez que se divisa al reptil que tiene la facultad de fascinarle, como la persona que, mirando desprevenida a un desconocido, siente en lo íntimo de su alma, bien una imperativa simpatía, bien una antipatía invencible, obedecen todos, pura y exclusivamente, al efecto psíquico de ese lenguaje frío, constante, simultáneo, de todas las partes orgánicas, nacido de la virtualidad de la forma, o sea de la congruencia entre el aspecto orgánico y su principio informador.

Podemos ampliar la esfera del lenguaje representativo a las formas de la naturaleza inorgánica, y entonces, aunque lo contemplado no realiza acto psíquico o intento de expresar, el sujeto pasivo o receptor les presta, en virtud de la asociación de ideas, un valor espiritual, y atribuye a los diferentes aspectos de las cosas una significación sentimental e idelógica que supera en mucho a lo que en la realidad representan.

Al mirar la dilatada extensión del mar, que se pierde tranquilo en el horizonte, evoca nuestra mente las ideas de serenidad, magnitud y calma, y hasta llega a vislumbrar los más elevados e imprecisos conceptos de infinitud y eternidad, que atribuye a la representación formal que contempla; del mismo modo que podemos percibir un sombrío paisaje a la puesta del sol como expresión de tristeza, melancolía y aun del carácter transitorio de la efímera vida humana.

Tal amplificación psícológica del lenguaje representativo adquiere singular eficacia en el orden estético, pues de ella deriva en gran parte el valor ideológico y emocional de las representaciones figurativas de las artes plásticas, por el solo hecho de reproducir esa virtualidad formal que hemos atribuido al aspecto estático de toods los seres y cosas, y con absoluta independencia del que les corresponde artísticamente cuanto exteriorizan la bella creación mental de un autor.

LENGUAJE INSINUANTE

Al lenguaje insinuante corresponden los gestos, los ademanes y la voz en cuanto pura entonación, lo propio que los demás sonidos que se utilizan en forma expresiva. Es el conocido con el nombre de lenguaje natural, por ser común a los irracionales y al hombrre y establecer la superior forma de relación interpsíquica o de inteligencia entre éste y aquéllos.

La palabra tiene para los irracionales un valor meramente interjectivo, no ideológico definido, y, por esta causa, sólo entienden a los hombres como los entienden los niños en su primera infancia, o como han de entenderse dos adultos que no disponen ni de una sola palabra de inteligencia común, o sea por mera asociación instintiva de ideas, realizadas a beneficio de nuestro tono y gesto.

Un carácter interesantisimo ofrece el lenguaje insinuante entre los hombres, y estriba en que con él revelamos no sólo los aspectos o ímpulsos sensuales y fisiológicos, que se denominan instintos, sino también los afectos e impulsos patéticos o morales. De suerte que el hombre, para le expresión de los tres ordenes de estaods internos sensitivo, intelectual y moral, sólo dispone de dos lenguajes espontáneos: uno indefinido, el insinuante o natural, común al servicio de los apetitos animales y de las tendencias morales y emotivas, y otro definido, propio de los conceptos intelectuales, que es el lenguaje convencional, palabra o habla, llamado por nosotros determinante.

El lenguaje insinuante no necesita, por virtud de su propia naturalidad, preparación o aprendizaje de ninguna especie, ni para ser comunicado ni para ser comprendido. Sólo exige en el receptor dos condiciones internas, que pueden formularse en estos términos: “Para comprender la expresión insenuante de un estado psíquico dado es necesario poseer capacidad para tenerlo propio e imaginación adecuada para representárlo como actual.” He aquí por qué nungún ser inferior puede comprender la expresión de aquellos estados o de aquellas facultades superiores de que él carece; de donde la imposibilidad de que un irracional entienda una razón, y de que el hombre, con ser racional, pueda cpmprender los intentos de Dios, a pesar de ser los fenómenos del Universo la expresión insinuantte o lenguaje natural de su absoluta sabiduría.

El mecanismo de ese proceso de interpretación del intento expresado por el lenguaje insinuante hay que obserbarlo, como todo lo subjetivo, en la propia conciencia. Todo el miedo que nos infunde un hombre o un bruto, que al vernos se apercibe a la defensa, nace de nuestra propia capacidad de tomar una actitud ofensiva y del hecho de imaginar como actual en nosotros la intención de hacerlo, para lo cual adoptaríamos, si no precisa y detalladamente aquellos ademanes, al menos lo que tiene de fundamental y característico. Y si el adversario vacila y huye, interpretamos que su valor se ha trocado en miedo, porque somos al par que él, capaces de temor, como lo somos de valentía, y entonces, suponiendo en nosotros esa misma sensación de temor, se nos representan la vacilación y la huída como formas o actitudes con que lo expresaríamos.

Así se explica cómo el solo instinto acierta a resolver, sin pre´via experiencia o ajena ensenñanza, el contenido psíquico de las expresiones insinuantes, y por qué razón, cuando la capacidad e imaginación propias no alcanzan a surgir al individuo receptor la interpretación verdadera, necesitamos, así el bruto como el hombre, aprender, a fuerza de escarmientos y decepciones, es decir, de expriencia, la significación interjectiva de las voces y el sentido de los ademanes y gestos.

En la especie humana las relaciones interpsíquicas por lenguaje insinuante no siempre responden a la espontaneidad: por el contrario, ese lenguaje, llamado natural, a menudo resulta ser puro artificio o engaño. La intervención de la reflexión y de la malicia, al servicio del interés, falsifican la expresión por mil inesperados modos, y pueden llegar a originar verdaderos y a veces gravísimos conflictos. Sospechas, recriminaciones, celos, arrebatos, rencores inrreconciliables y hasta diferentes formas de delitos ocurren entre personas, por un gesto de labios, por el tono de una frase de suyo inofensiva, por la modulación de una risotada, por un ademán quizá desprovisto de intención, por una intencionadísima reticencia, o por el aire de duda con que se recibe una verdead, o por el aire de verdad con que se sostiene una mentira.

En compensación al pernicioso influjo que puede ejercer el lenguaje insinuante, sobre todo cuando funciona al servicio de un mal intento, puede producir inestimables y maravillosos resultados bajo una forma bella y al servicio de un noble fin, pues se encuentra en él fuente importante y primordial de la emoción estética. Del estudio de la ademanes y gestos nace el arte de la mímica; de la rítmica y eurítmica ordenación de pasos y movimientos bellos, el arte de la danza; de la declamación y el oratorio, y de la entonación de la palabra o voz cantada y de las bellas combinaciones sonoras deriva el arte musical.

La Música, como realización fónica, es una forma de lenguaje insinuante, en la que se expresa, por medio de las cualidades del sonido y de su acertada ordenación rítmica, todo un orden de ideas y emociones independientes de las de más esferas sensisitivas, morales e intelectuales, y de índole pura y exclusivamente musical. Por ser el arte de los sonidos un lenguaje insinuante, goza de privilegio de universalidad, en virtud del cual la Música no sólo es comprensible por todos los seres humanos, sea cual fuere su idioma, raza, temperamento, edad o cultura, sino que ejerce poder extrarordinario sobre la mayóría de los seres irracionales, hecho comprobado y comentado desde las más remotas épocas. Mas, según hemos señalado, para comprender el estado psíquico que expresan las manifestaciones insinuantes, es requisito indispensable que el sujeto receptor posea capacidad para tenerlo propio, e imaginación adecuada para representárlo como actual. Por ello, ni todos los hombes son aptos para interpretar y valorar debidamente las diversas combinaciones musicales, ni los animales pueden hacerse cargo de su significación ideológica, aunque experimenten el influjo de su potencia dinámica y de su valor interjectivo.

LENGUAJE DETERMINANTE.

El lenguaje determinante, llamado por los autores lenguaje lógico, discursivo, convencional y verbal, es la única forma de expresión peculiar del hombre, con la cual expresa o exterioriza las ideas, verdaderas categorías metafísicas de la inteligencia, determinadas por la razón mediante el análisis y comunicadas a favoor de la palabra. Bajo este concepto, puede definirse como “una serie de movimientos que corresponde determinadamente a un orden de ideas”. Se emplea en esta definición el término genérico movimiento, porque sabido es que la palabra puede ser oral, o por movimiento del aparato fonético; puede ser por signos, o movimientos gesticulatorios convencionales, como los empleados por los sordomudos, y puede ser, finalmente, escrita, por diseños estampados o esculpidos de carácter permanente. Es decir, que la palabra es siempre, o un movimiento sonante–voz–,o un movimiento puro–señas–, o un movimiento gráfico–escritura–.

El movimiento es, pues, el continente de la palabra, cuyo contenido es la idea. Una idea, represente lo que se quiera, es siempre y en todo caso un elemento metafísico, un contenido del sujeto mismo, una hechura o imagen de éste; nunca la mera reprodución de la realidad material. Por eso, ninguna de las partes de la oración tiene un sentido ideológico que pertenezca a la naturaleza objetiva, por más que a ella se refiera o de ella trate. Así, enunciamos sustantivos o ideas sustantivas, y no hemos visto ni podido ver sustancias; aplicamos adjetivos o ideas adjetivas y no vemos ni podemos ver atributos separados o desprendidos de las cosas; empleamos verbos, y no conocemos pasión ni estado que sea acto absoluto de un solo ser, y en cuanto a las demás partes de la oración, aun guardan menor correspondencia con la realidad objetiva. De donde todo el sistema gramatical es pura aplicación de las categorías metafísicas a la íntima inteligencia del propio sujeto parlante, para dividir la unidad real de su pensamiento, y comunicarlo, analítica y determinantemente, es decir, por parte bien definidas a su oyente o interlocutor.

Los vocablos y signoos de este lenguaje ideológico o determinado carecen por sí de valor expresivo alguno, y su inteligencia nace del convenio espreso o tácito, por virtud del cual el hombre determina la significación intelectual de la palabra de otro hombre, porque él mismo la dice y la aplica de exacta forma. No se trata de un lenguaje natural e intuitivo, sino de una forma reflexiva e impuesta cuyo aprendizaje puede observarse en la primera infancia. El niño no percibe al principio las palabras sino como interjencciones más o menos complejas; pero luego, la fuerza expresiva de los gestos y ademanes y de la entonación con que para su más fácil comprensión se acompañan, de acuerdo con la comprobación práctica del valor que se les atribuye, va fijando poco a poco el sentido ideológico de cada vocablo. Los adultos que quieren aprender un idioma o escritura que desconocen se valen, en cambio, de la equivalencia de cada voz o signo nuevo con otros cuyo significado les es conocido.

Este segundo procedi9miento requiere ya el dominio previo de un lenguaje, determinante que nos sirva de término de comparación; y así; la primitiva humanida pasó por un periodo análogo al de los infantes, en el cual el gesto y el tono sirvieron de auxiliares determinativos de los vocablos, para ir transformando la forma insinuante natural en ideológica o determinante. Como resto atrófico de esos tiempos remotos nos queda aún el gesto o ademán y la entonación de las lenguas modernas; elementos hoy accesorios, aunque poderosísimos como recurso persuasivo de la oratoria, como encanto lírico de la poesía y como complemento expresivo del habitual coloquio. Es de advertir, además, para comprobación de esta tesis, que, entre los idiomas actuales, la importancia del tono y el gesto en la significación de sus palabras está en razón directa de la antigüedad y del atraso de desarrollo, por lo que la lengua china es la más necesitada de tonos en su lenguaje oral y de determinativos tonales en su escritura, a fin de que el contenido ideológico de sus vocablos sea en cada caso exactamente comprendido.

La Música escrita es una modalidad del lenguaje determinantte, ya que los signos y figuras que en ella se emplean tienen tan sólo un valor convencional, análogo al de las demás formas de escritura. Así, mientras todos los hombres pueden cantar, por ser la música como manifestacion sonora, lenguaje natural insinuante, nadie puede leer ni escribir notas y valores sin haber estudiado su particular correspondencia con las figuracionhes gráficas que se utilizan para representarlos.

Y llegamos en este momento a un privilegio de la Música sobre todos los otros lenguajes de su misma especie, cual es que su escritura convencional ha llegado a unificarse en todo el mundo civilizado; de donde resulta en la actualidad la sola expresión ideológica escrita que es invariable y universal. Est hecho, único en la historia de los lenguajes gráficos., es un galardon para el recto criterio de la Humanidad, que no ha queriod privar al arte de los soniods en su representación escrita de ese carácter de generalidad que Dios, en su infinita sabiduría, le había concedido como expresión fónica, al hacerla capaz de cautivar y conmover por igula, con la incontrastable potencia de su idela belleza, la íntima esencia espiritual de los hombres de todos los tiempos, civilizaciones y países.

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