Los grandes hombres son él índice de la humanidad.
Lo que el genio es la intuición, en el instinto es la masa.
Diferencia entre genio y talento:
El talento pone de relieve un fenómeno solo del curso del mundo: cómo este fenómeno puede desarrollarse, según la inteligencia indagadora.
El genio nos muestra cómo todo objeto que se propone presentar debe ser; toda la gran naturaleza está en su fondo y afirma. Así, las obras maestras sólo podemos concebirlas en la forma que les ha dado el artista, y no en otra alguna: como un árbol, un monte o un río.
La naturaleza de la mujer es limitada, por eso aspira el infinito.
La naturaleza del hombre no tiene lindes; por eso trata de limitarse.
El hombre pierde todo o nada: con el amigo, la amistad, con la mujer
amada, el amor. La mujer es muy distinta en su dolor como en su alegría hay un arte de revendedora.
La mujer no adivina nunca meta, pero conoce a maravilla el punto de que debe partirse, y no deja pasar ninguna hostería donde entrar a reponer fuerzas. La mujer representa la topografía en la vida.
Además, la mujer ve muy bien el cielo, no con los propios ojos, sino con un telescopio, y sabe utilizar para la cocina lo que el hombre ha descubierto en las estrellas.
La verdadera mujer, en armonía con su propio sentimiento, no es nada por sí. Sólo algo en relación al hombre, hijos o amante.
La mujer no hace una acción extraordinaria más que para librarse del respeto que siente por el hombre.
Si el idioma fuese un producto del espíritu lógico, y no del poético, sólo tendríamos uno.
En el problema de la inmortalidad del alma, todo depende de esto: si se puede afirmar que ha existido siempre, pues sólo si ha existido siempre, existirá siempre; pero si ha tenido principio, debe también tener fín.
¿Puede contestarme afirmativamente?
¿No nace el alma, no se desarrolla, como el cuerpo; no crece en ella la propia conciencia, como en el cuerpo el sentimiento de la fuerza?.
¿Hay en ella un hilo que valla más allá de su nacimiento, un vínculo espiritual que la una a Dios y a la naturaleza de un modo reconocible
a ella misma?
Y así como sus raíces llegan más allá del nacimiento, tampoco sus hijos espirituales llegan más allá de la muerte, y el nacimiento y la muerte mismos se sustraen a ella como estados que no pertenece a ella sola. Pero, aunque haya existido siempre,
¡que ruina para el dogma cristiano! ¡Pensar que toda su existencia en la eternidad va a depender de la brevísima vida terrenal.
Cuando nos dormimos se despierta el Dios en nosotros.
Sería terrible que, un día u otro, encontrarse el elixir de la inmortalidad. Esto demostraría que nuestros muertos no podrán jamás resucitar. ¡Desventurados, para siempre, siempre muertos!
El sueño es volver a zambullirse en el caos.
Sin duda, el ensueño es para el espíritu lo que el sueño para el cuerpo.
En el infierno de la vida sólo entra la alta nobleza del género humano:
Lo demás se quedan a la puerta calentándose.
Dios antes de la creación, era para sí mismo un secreto: tuvo que crear para conocerse.
No se entra héroe en la batalla, sino que se sale héroe.
Siempre somos tan pequeños como nuestra felicidad, pero tan grandes como nuestro dolor.
Cada nuevo amigo es un pedazo de nosotros mismos, reconquistado.
Solo por el amor puede ser librado el hombre de sí mismo.
Solo el que ama a Dios se ama así mismo.
La castidad en el hombre es poner el corazón al descubierto.
Los ojos son el punto en que se mezclan alma y cuerpo.
El primero que no tema a la muerte, que no crea en ella, no morirá. Nuestra creencia, nuestro temor, nuestra esperanza, es el vínculo
que nos ata a las cosas invisibles.
También hay espejos en que uno puede ver lo que le falta.
En nuestro tiempo, la existencia no se puede comprar sino con sacrificio de todo lo que da valor y dignidad.