Decía cierto filósofo griego que conoció a una mujer con la masa ensefálica un poco distraida, que cuando dicha mujer se acordaba de su maravilloso falo le decía que era su hermana, “aunque no biológica”.
El asunto es, que como a dicho el filósofo, cada vez que la veia le deba placeres en su miembro, el filósofo se hacía el despistado y aceptaba ser su hermano de cama.
Tal fué así que el dicho filósofo investigó por su cuenta y porque le picaba la curiosidad y no el miembro, ya que a quién le picaría de verdad su cosita era a dicha mujer, que se dió cuenta por cosas del destino que la manceba tenía un montón de hermanos con quién compartía a su antojo tal parentésco para llevarselos a la cama.

El resultado para dicha mujer era bueno ya que el filósofo por fín se dió cuenta que lo que le decía ella tenía su explicación.
Ella siempre sería hermana de su maravilloso falo para así desahogar sus placeres femeninos, y así sucesivamente con todos esos hermanos que dicha mujer tenía en su agenda puteríl.

Y como tanto va el cántaro a la fuente que termina partiendose como dice el refrán, el filósofo tomó aberración por su falo, osea, el hermano que dicha mujer siempre tenía en su mente.
Desde entonces el filósofo como no quería verse incluido en tan grandiosa familia y convertirse en un semental de caprichos sexuales de dicha mujer a pesar de los placeres que ella se daba cada vez que lo veía, no sólo tomó aberración por su falo sino que se quedo para siempre con las Hermanas de la Caridad.

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