De la salada claridad gaditana, de los esteros de la isla y los puertos, del cielo sureño de albatros y gaviotas. De allí, donde el cante jondo de las fraguas trianeras, los sonidos negros, se blandearon dulcemente al golpe de la espuma de la bahía: rompiendose en tercios de “El Mellizo”, desbravándose en saladas aristas en las gargantas de “Paquirri” “El Guante”, de “Aurelio” de “Pericón” de “Beni de Cádiz” de la “Perla”….

De allí, donde la mar compone diariamente la más imaginaria de las melodías, la más imperceptible, la más espiritual, nos llegan estos sones interiores de la Andalucía que piensa, siente y sueña Felipe Campuzano.

Su pesca musical se realizó en las almadrabas de la vida, luchando constantemente con los vientos en contra, con las difíciles mareas, con los remolinos de los bajos fondos.

Y buscando el norte de sus inquietudes, por necesidades urgentes sucumbió con su frágil barquilla en la tempestad de la comercialidad alienante.

Hombre oscuro, a pesar de sus sonados éxitos comerciales, logró salir a flote y encontrar su prometido y esperanzado norte. Salió e imaginó en un bendito sueño, que a Andalucía había que despojarla de muchos andrajos, de tantos y tantos vestidos tópicos con la que la vistió una autarquía para que sirviera de pantalla folclorísta, de alegría batiente, de cartel turístico, de imagen desconcertante, vergonzante, más allá de nuestras fronteras.

Había que intentar encontrar sus auténticas raices, las de un pueblo que, poseyendo una vasta cultura, había ofrecido durante años y años sólo una cara falsa y colorista.

Felipe Campuzano pensó que el intento valía la pena y, explorador de su propia suerte, de su propio pueblo, comenzó a buscar en los surcos que dejó el arado y el techo de azules de su tierra fenicia; arañó el aire buscando los sonidos de ese Falla universal, paisano suyo, que yace cerca de las olas en la crípta de la Catedral Gaditana, y encontró, al fín, su verdadera y auténtica espiritualidad, siguiendo ya, definitivamente la línea de inspiración que él soñaba

Dijo el etnólogo Julio Caro Baroja que “la Andalucía de pandereta” en su mayor parte es un producto nacional, como lo son o lo fueron las mismas panderetas adornadas con cromos, las cajas de pasas de Mälaga y las mantillas con madroños.

Ni Merimé, ni Roberts, ni incluso Gautier hubieran visto con tranquilidad estos productos finiseculares”.

Son poetas españoles los que crearon esta imagen de Andalucía empalagosa y banal que hoy nos molesta y que a los españoles les toca borrarla para siempre.

Con estas creaciones espirituales de la Andalucía de Felipe Campuzano quiere borrar la parte que le corresponde de esa imagen tópica y típica, que, por necesidad-como decíamos anteriormente-, alentó durante algunos años, mientras intentaba traspasar las octavas de sus sueños de siempre, al legado en construcción, de la cultura popular, espiritual, de esa Andalucía que hoy él engrandece a través de su Piano: su medio de comunicación social.

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