Por Perico Colombás del Diario Balear el sábado 23 de Agosto de 1986.-
Eran dos de los tópicos al uso en la España de charanga y pandereta, de esa España amordazada en su baúl de los recuerdos que vendía si imagen de -diferente- al resto del mundo, y que cercada por su propia telaraña retrógada, exprimía sus esencias más ricas, puras y raciales, para dejar que su jugo bailongo, floklórico y vocinglero inundase de mal gusto el verdadero carácter de lo que era y es tan nuestro como los paisajes, la tierra y la gente. La frontera de los Pirineos tachaba a los españoles de -chulitos amachados- de -navaja al cinto, luengas espesas patillas hasta medio mentón, y el gesto dispuesto siempre para la camorra, el desplante y la heroicidad o la pasión-. Era aquel, un espejo fanfarrón y falso, ya periclitado y falto de auténtico fuste y -trapigo-.
Adulteración que provocó el rechazo y desconocimiento, cuando no la estúpida pataleta, hacía lo que significaba la inmensa riqueza de matices del arte de gitanos y andaluces, más conocido por flamenco, y de las cosas y enjudias del toro, por una gran parte de la juventud española más progresita y cultivada, y por parte de la intelectualidad hispana.
Pero, por fortuna, se ha vuelto a esos dos tópicos chapuceros, pero con respeto y admiración, desposeyéndolos de falsos abalorios y reconociendo su probada casta.
Y es que al margen del entroque familiar entre los dos mundos por vísceras, hermandades y matrimonios, hay algo íntrinsico en las dos manifestaciones que las aparenta, y que no es otra cosa que ese ritmo cadencioso que nace de la sangre, se atempera en el corazón y se amplia y matiza con la imaginación y la inteligencia. Es decir, el temple, el compás. Para torear bién hay que saber fundirse y agarrar bién el compás al toro, sin que sobre ni falte ningún pase.
Así vislumbramos ayer, que la “Andalucía Espiritual” de Felipe Campuzano, surge del mismo revoleteo de mariposas que el capote de su primo Tomás y huele igual que cuando a José Antonio le da por bajar la mano.
La gracia de Romero Sanjuán (Dios hízo el mundo en siete dias) recuerda las tarantelas de Pepe Luis en la Maestranza, cuando desgrana naturales, entre buleras, como un mar en los rompientes. Se ha dicho alguna vez que Camarón de la Isla estaba -sobrao- de compás cuando el cante le fluye como una efervescente borrachera. De igual forma se podría decir que un torero está -sobrao- de pases cuando después de ajustar un toro a la medida, le sobran faenas para quinientos toros. Su -tocaor- Tomatito, es el buen peón de brega que destronca las canciones con los arpejios justos.
La plástica, el gesto, entran a formar parte de la relación formal y estética, aunque provenga de un peso interno, y estén condicionados por la relación anterior. Chaquetilla corta, trajes ceñidos juncales, extensión y juego de brazos, empaque y majeza en la figura apuesta, perfíl y frente, gesto dramático que no excluye la gracia, la sal, la picardía o el desplante, son algunos de los aspectos externos que se asemejan el flamenco con los toros.
Por eso la música de Rafael y Curro, Paula y Romero, sigue siendo callada e inaudible sensorialmente. Esa, como el cante grande, nace desde más adentro; alma, espíritu, desgarro, quejío y lamento.