A Cai llegó un cubano ¡caray!
y pensó cuando llegaba ¡caray!
que mi Cai era su Habana ¡banana!
y no se quiso marchar
y no se quiso marchar.
Empezó vendiendo puros a duros
y se le acabó el tabaco barato,
que fiaba en el estanco el macaco
y no quiso currelá
y no quiso currelá.
Y cuando estaba mas tieso el cubano
aprendió la gracia fína, la ína,
con tapitas en adobo ¡que robo!
y nunca quiso pagar
y nunca quiso pagar.
Apredió la golfería de día
y empezó a meter camelo a los lelos
y contra mas se reian, decian,
lo vamos a bautizar.
Le pusieron cubanito el chiquito
y se quedó con el mote, y su lote
que llevaba en los bolsillos el muy pillo
no paraba de enseñar
no paraba de enseñar.
Cuando ya nada tenía el cubano
se puso a vender globitos blanquitos
que los compró picaitos de saldo
y se tuvo que pirar
y se tuvo que pirar.
Regresó al cabo del tiempo el cubano
a vender oro del moro, tesoro
que en su muñeca llevaba y te daba
su reloj pa ronear
su reloj pa ronear.
Se hechó un amigo puntero y veleta
que moria en el canal de unas tetas
era su primo Manuel Espeleta
el que lo ensenñó a bailar
el que lo ensenñó a bailar.
El son cubano, tan gaditano
que el cubanito chiquito bailaba
y aprendió a cá.
No es un Tanguillo, es gracia fína
que por las calles de Cai ¡caray!
dará que hablar.