Para que despìerten los dormidos latidos del campo la noche se ha detenido justo a la entrada del guiño de los luceros, el sudor ha vuelto a hacerse carne en la besana herida de la espalda y el aire se empapa de esa melancolía atenaceadora que trae el canto solitario del grillo oculto en la inmensa alfombra de los olivos.
Están durmiendo las esquinas. La noche, hermosa hembra, desata su mata de negro pelo. Muy cercanos a la garganta arañan los garfios de la gran pregunta y la paz continúa llenándose de silencios.

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