Vedlos ahí, en las agrietadas casas renacentistas, afirmándose con lo más humilde, en el rumbo rojo hacía la luz, estrellando su sangre manantial sobre la cal morada de la tarde. Vedlos coronados en sus verdes dedos verticales, en su estremecida y noble curvatura de la sed, despreciando perfumes y floreros, haciéndose vida por sus altos perfiles, rebosando los arrietes de los patios.

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