Aixa, hija, que el rocío humedezca tus pestañas al leer nueve siglos después el poema de Abn Abí Rukab: “Oh, vosotras, las dos palmeras de Jaén, por Allah, sed propicias a un exiliado que llora la pérdida de sus parientes y vecinos”.
Has de saber que, aunque este largo e injusto éxodo inunde de sal las tierras corzas de tu cara, ella multiplicará la hermosura del más bello y destronado lugar de Al´Andalus.