Y, vino la muerte, viajando
sigilosa entre la tarde.

Se abrazó de un salto
a su ternura,
y quedó su voz
prisionera en sus entrañas.
Sus sienes derramaron
cicatrizaes en el agua,
y quiso, en alucinado
intento, llevarse al cielo
entre sus manos, cuando íba
hundiendose su estatura.

Así rodó, río abajo,
con la muerte,
dejando una estela de su aliento,
impresa en el paisaje.

Amigos, de los juegos
más queridos, pálido
cristal evaporado, destinado
a ser cisne eternamente.

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