SEMBLANZA ESCRITA A D. FELIPE CAMPUZANO POR EL POETA DEL CARNAVAL GADITANO D. ANTONIO MARTÍN Y RECOGIDO DE SU ÚLTIMO LIBRO TITULADO “LOS PERSONAJES DE MIS COPLAS”.-
FELIPE CAMPUZANO
Si de todos los grandes personajes que componen este volumen pudiera olvidárseme alguno, desde luego, ese no sería Felipe Campuzano, porque Felipe pude pasar por todo menos inadvertido. Romántico donde los haya. Alegre y nostálgico. Dinámico, emprendedor, aguerrido, noble, inquieto, irónico, generoso, orgulloso, transgresor, pertinaz, rebelde, soñador y bohemio. En Campuzano caben todos los calificativos del mundo, porque es uno de esos seres privilegiados que posee la extraña virtud de cambiar
el sentido de las cosas cuando las toca con sus manos. Con Felipe, lo blanco puede ser negro y la noche el día. Todo lo transforma de manera mágica. Apasionado y, por tanto, algo intransigente; pero por encima de todo, artista de los pies a la cabeza.
Artista gaditano. Que no se olvide. Pianísta y Compositor Gaditano. Felipe Campuzano de Cádiz. El nombre de su tierra siempre por delante. Que así lo viene haciendo saber desde hace ya más de un cuarto de siglo. Cuando a principio de los años 60 decir públicamente soy de Cai tenía lo suyo, cuando gaditano, pasando nada más de las Puertas de Tierra era ya sinónimo de mariquita y de vago, desde entonces, cuando muchos de sus conciudadanos renunciaban de sus raíces y negaba su propia identida, Felipe Campuzano ya presumía con orgullo de ser gaditano.
Con todo, cuando me disponía a escribir este capítulo quise contactar con el maestro para conocer su opinión personal sobre aquel falso comentario que en, algún momento se, hizo acerca de su verdadero lugar de nacimiento. Que si Cádiz, que si Mallorca…. Y la respuesta no pudo serr más clara ni contundente por su parte. Me hizo llegar rápidamente, junto con una interminable colección de fotos-en donde se le ve desde que era un parvulito y estudiaba en el Colegio de La Salle-Viña hasta que triunfó como pianísta y compositor- una fotocopia de su carné de identida en la que había subrayado lo de (Nació en Cádiz).
Pero Felipe no se conformó sólo con nacer en Cádiz, que ya es bastante, sino que su madre, Cristina, el 27 de noviembre de 1945 vino a parirlo nada más y nada menos que a la mismísima puerta de la Caleta. Esa puerta que se abre al espigón del castillo de San Sebastián por el paseo de Fernando Quiñones, flanqueada por los monumentos dedicados al propio Fernando y a Paco Alba. Felipe nació en el mismo lugar en donde, pasado el tiempo, se ubicaría la Peña Flamenca (Juan Villar), lo que no deja de parecer una premonición. Y con estas cartas de acreditación el niño no podía salirnos otra cosa más que músico. Pero músico gaditano, que es mucho decir. Y eso Felipe lo lleva con verdadero orgullo, como si fuese un título.
Finalizando la década de los 70, cuando Felipe Campuzano, tras acompañar a los más grandes artistas y hacer las Américas con la sin igual Rocío Jurado, se reveló como uno de los mejores compositores del momento al presentar su inconclusa Andalucía Espiritual-una de las obras musicales más gradiosas de nuestro tiempo, que para alegría de todos el maestro culminará en breve-. Con esta tarjeta de presentación entró en el mundo de los creadores y se ganó la admiración de propios y extraños. En su Cádiz del alma el cariño que ya se le tenía era grande, como grande era también la envidia de aquellos que núnca le perdonaron el éxito. Pero, si bien profesionalmente el reconocimiento del público y la crítica era unánime, no ocurria lo mismo en lo personal, ya que su manera de ser (no le gustaba) a ciertos sectores. Cada vez que que Felipe se dejaba caer por Cádiz, le daban las claras del día con sus amigos del barrio y más de una vez se olvidaba de atender a ciertas autoridades e instituciones oficiales. De aquí que pasase lo que pasaba, es decir, que algunos se sentían relegados por el artista, al que no le perdonaban que prefiriese a sus amistades antes que la pompa y el boato. Sin embargo, siempre he creído que las cosas ocurrieron de otro modo al revés. Es decir, Felipe Campuzano ya era un artista reconocido en el mundo entero, en Cádiz, cosa muy propia de nosotros los gaditanos, sólo veíamos en él a aquel chaval que nació en la puerta de la Caleta y al que un día le dio por estudiar música. Nos olvidábamos de que a Felipe, sentimental y rebelde donde los haya, su Cádiz, ese Cádiz que a pesar de los pesares va a querer hasta la muerte, le estaba abriendo esa herida que aún lleva sin cicatrizar en el alma.
Así me lo hízo saber en su momento un amigo suyo y compañero de viaje de toda la vida: José Miguel Couso, Fito de Cai. Artista yambién gaditano. De los de ida y vuelta. En 1979 recaló por Cádiz y se quedó para cantar con mi comparsa Ángeles y Demonios en el Gran Teatro Falola la copla que nació a raíz de lo que, entre otras cosas, me dijo del maestro: (Felipe está falto del verdadero reconocimiento y cariño de su tierra).
Es de todos bien sabido
que hay artistas gaditanos
que olvidaron cuál fue su tierra natal.
Yo no sé que razones ni motivos
tienen esos renegados,
si el decir (yo soy de Cai)
tan sólo los puede honrar.
Cantaores, guitarristas
y alguna tonadillera,
forman parte de una lista que pa qué,
mas sin nombralo siquiera
se tienen que merecer.
Que el que reniega de su tierra,
él solo que se las entienda.
Mas por contrario también hay
quien con el nombre de Cai,
por los confines del mundo, triunfando va.
Y si no ahí está
ese músico de eximio,
que en todo lo que compone
se le ve derrochar
casta de gaditanismo,
y a su tierra rinde honores.
Que lección tan cabal
de Felipe Campuzano,
que en cada nota que en su piano da,
recorriendo el mundo entero,
advierte primero: ¡ Yo soy gaditano !.
(Ángeles y Demonios (1979 )
El maestro lloró con esta copla. Vaya que si lloró. Después de hacernos el honor de estar presente en la gran final del Falla, donde con la última cuarteta lo obligaron a levantarse de su asiento para tributarle una de las mayores ovaciones que jamás haya recibido en toda su vida, llorando como un niño vino a abrazarse con todos nosotros. Del teatro fuímos juntos a su casa. Un precioso apartamento-estudio, frente a la playa Victoria, en donde nos deleitó con unas melodíias que no salían de sus manos sino de los rincones más sensibles del alma. Aquella noche no fue Felipe el que se sentó al piano para tocar, no, aquella persona transfigurada no era Felipe sino el claro reflejo de lo que sentía en su corazón. Recuerdo que, al cantarle de nuevo su copla, entre lágrimas de emoción y de rabia, alzó su copa de vino, y tras brindar con todos nosotros, la arrojó con fuerza rompiéndola en mil pedazos contra el suelo mientras gritaba: ¡ Viva mi Cádiz, y viva mi gente… a pesar de los pesares!.
Desde aquella noche inolvidable Felipe Campuzano me ha tenido siempre entre los suyos. Se me escapa de la memoria la de veces que me telefoneaba desde fuera de Cádiz para interesarse por mis cosas. Para alentarme, para entusiasmarme, para quereme. Y así fue que, al año siguiente, en 1980, empecé a extrañarlo. Lo echaba de menos en sus visitas continuas a la ciudad de sus amores. Pensando en otro genio gaditano, Manuel de Falla, me imaginé que podría suceder lo mismo. Que la historia podría repetirse. Que confundiesen de nuevo Cádiz con Granada y que se olvidara y se dejara morir por Argentina o por algún otro alejado rincón del mundo a otro de nuestros grandes creadores. Por aquel entonces, mi obsesión podría parecer impensable, pero hoy día, tristemente, los hechos me dan la razón:
Ah, que triste es recordar
esas figuras gaditanas
que se vieron abligadas
a emigrar para triunfar,
y no regresaron más.
Que en el olvío se quedaron
a pesar que demostraron
siempre su genialidad.
Ah, que triste es recordar,
Manuel de Falla es el ejemplo
de un gran genio que fue nuestro
pero qué lejano está.
No podemos despreciar
esos valores que van cubriendo
de honores y gloria su tierra natal.
Por eso vuelvo a decir:
Ay, Campuzano, gaditano amigo mío,
vuelve, vuelve siempre aquí.
(Caleta 1980, fragmento del popurrí)
Parece ser que mi buen amigo Felipe oyó la petición que le hacía en esta copla y al llegar Semana Santa, desde uno de los blancos cierros que se abren desde la calle Nueva a la plaza de San Juan de Dios, en la madrugada del Perdón, una de las imágenes más queridas y representativas de la ciudad, sonaba su piano desgarrando el alma de todos los gaditanos mientras Beni de Cádiz cantaba una saeta que hacía estremecer al mismo cielo. Pero de nuevo, la forma de ser de los gaditanos con los propios gaditanos y la decisión política de algún concejal caprichoso decidieron el destierro de algo tan hermoso como esa estampa que se dio durante algunos años en la madrugada del Viernes Santo de Cádiz, gracias a Campuzano. Personalmente, lejos de ponerme a pensar que si laico o religioso, que si creyente o ateo, analizando la belleza del acto y el fervor que se respiraba en esos amaneceres gaditanos, sólo me ocurrió salir al paso de tan desacertada decisión política y de nuevo, con mis coplas, le rendí homenaje al maestro y al amigo.
De Cai,
si dice (yo soy de Cai),
lugar a duda no hay,
seguro que es gaditano.
Ejemplo,
tenemos el vivo ejemplo,
con virtudes y defectos,
de Felipe Campuzano.
Yo no sé
porque vamos derrotando
tanto las cosas de nuestra tierra…
porqué si más destruimos
y consentimos que se nos pierda,
y a un artista gaditano
desprestigiamos
cuando se entrega de corazón…
Yo no sé, señores,
las razones…
Si al llegar Semana Santa,
en todo el mundo no hay
tan maravillosa estampa
como la que ofrece Cai.
Cuando al son de sus orquillas
repican los cargaores
mientras que suena el piano
de Campuzano, y una saeta
el Beni va desgranando,
decid, señores: qué se le objeta,
si hasta el Perdón dice ¡ole!.
(Voces Negras, 1982)
Ya por aquel tiempo, Felipe Campuzano, debido a sus constantes triunfos, levantaba expectación por donde quiera que fuese. Y como entre la admiración y el desprecio sólo hay un paso, pronto le inventaron falsas historias sobre su forma de ser y vivir que, a la postre, era lo que menos interesaba a quienes lo acunaban como el gran artista que era. Una de las patrañas que le atribuyeron, en un intento de enfrentarlo a Juan Villar, otro artista gaditano, se refería a unas supuestas declaraciones que el maestro hízo sobre Cádiz. Los comentarios sobre dicho caso fueron tales y arreciaron de tal manera por todos los mentideros de la ciudad, que no tuve más remedio que salir en defensa de estos dos buenos paisanos y mejores y amigos míos con esta copla:
Hace tiempo ya
que, por gaditano,
quise homenajear
a Felipe Campuzano.
Y por tal cuestión
quiero hacer mi comentario
sobre esa declaración
que publicó algún diario.
Que si acaso fue verdad,
y que por vanidad
despreciaste a los tuyos,
toma otra oportuniá
para rectificar,
y trágate tu orgullo.
Porque aunque quieras o no
tienes el corazón preñaito de Cai,
y los que son como tú,
se mueren de inquietud
cuanto más lejos estais.
Y como sé que vendrás
como el río a la mar,
qué bonito sería
pa satisfacción del gaditano
verte tocar el piano
junto a Juan Villar, ay, cantando por alegrías.
(Andaluces por el Mundo, 1984)
Con el paso de los años, releyendo hoy las cuartetas de esta copla, puedo llegar a pensar que tal vez me excedí en lo que escribí y canté. Pero lo hice con la licencia que Felipe, con su amistad, me brindó siempre. Esa amistad que me demostraba cada vez que se le presentaba la ocasión, como cuando, sin ir más lejos, en el Carnaval de 1997 quiso acompañarme en mi pregón, musicándolo magistralmente con su piano de principio a fin. Esa misma noche, sobre el escenario de la plaza de San Antonio, mi comparsa le cantaba de nuevo su copla. La primera copla que yo le dediqué y con la que pongo fin a este capítulo. Una copla de la que Felipe Campuzano siempre se mostró orgulloso, enmarcándola entre sus recuerdos más entrañables, como este acróstico que, mucho antes de todo lo que aquí he narrado, le dedicó la insigne pluma de otro gaditano de pro:
(Famoso serás por tu maestría
(E)xcelente maestro del piano
(L)a música abrazada a la poesía
(I)nspiración divina de lo humano
(P)entagrama hecho sol tan soberano
(E)n tu dominio total de la armonía
(C)ompositor de sin igual valía
(A)corde y galanura de tus manos
(M)i admirado amigo Canpuzano
(P)erfección en si bemol de lozanía
(U)n rey en concierto y sinfonía
(Z)agal de semblante noble y sano
(A)dornado de franca simpatía
(N)obel y fecunda melodía
(O)ro de ley, caletero y ya famoso gaditano.
(José Mª Pemán)
NADA QUE AÑADIR, MAESTRO.