Por Alberto Pérez de Vargas.-

ESCUCHAR LA MÚSICA QUE EXTRAE DEL PIANO EL MAESTRO CAMPUZANO, ES UN PRIVILEGIO QUE UNO DESEARÍA COMPARTIR.

Cada año, Emilio Acevedo, que es hombre de hostelería y ha empeñado en ello su imaginación abordando dedicaciones de muy diversa índole, incluso transcendiendo del ámbito de su negocio e invadiendo la esfera de la comercializaciión de productos alimentarios, celebra su cumpleaños de un modo peculiar. Aprovecha las circunstancias de su oficio, acude a su amigo Felipe Campuzano y celebra una fiesta íntima con unos pocos amigos. Participar en ella es un privilegio del que tengo la fortuna de poder disfrutar. Porque escuchar la música qu extrae del piano el maestro Campuzano, es algo extraordinario que uno desearia comparitr cono todo el mundo.

Emilio y Felipe son amigos desde que pudieron tener noción de serlo y se hicieron correteando por la calle Panaderia, desde la Cervecería hasta el colegio de las Monjas, o subiendo la cuesta de la calle Alta hasta la esquina de Carretas donde, en casa de Iceta, se podían comprar cigarros de matalahúva. Felipe Campuzano nacio en la capital, pero anduvo por aquí de pequeño y en su propia casa residía la música que se realizaria en sus manos. De otro amigo, entre tantos, éste del pueblo hermano de Bollullos del Condado, Juan Antonio Sánchez, se siente Emilio particularmente próximo.

Estar cerca del maestro y del piano es situarse en un universo fantástico. El piano es una jaca de rejoneo que se adelanta a la voluntad del jinete. Da la sensación de que el maestro incita con el gesto la inercia de las notas y moviliza la geografía entera del piano. No es posible que a sus dedos les dé tiempo de motivar a unos agudos que apenas sin son insinuados en un lapso sostenido por los graves. El viernes, entre la treintena que éramos cuando ya la tarde estaba obscura, permanecía el misterio de los instantes mágicos. Otros artistas se habían añadido ya a la formidable oferta: Mayorana, María Montilla y su grupo y algún aficionado. No sé yo si Emilio Acevedo se regala o nos regala, si se reviste de mago o, simplemente, gusta de mantenernos en una especie de burbuja flotando en el misterio, pero el caso es que cuando se sale del espacio de la Cuesta del Rayo se tiene la sensación de regresar de un lugar imaginado. No importa lo que al maestro se le antoje: un tango o una marcha militar, el himno nacional, una canción de Navidad, una melodía de Cole Porter o una pieza de Agustín Lara, porque el piano se dispone a servirle sin resistirse a nada y los duendes se levantan precipitadamente para jugetear con los acordes. Y además, aquello, sea cual sea su crianza, su criador o su criadero, suena completamente a Andalucía. La música de Felipe Campuzano se crea al interpretarse y se sazona con aroma de azahares. En el imperio de la mediocridad del consumo de ruido organizado que pulveriza los tímpanos más duros, el maestro aparace como si fuera un fantasma bueno que nos trae paz y belleza.

LOS CUMPLEAÑOS DE EMILIO ACEVEDO DEBERIAN ESTABLECERSE POR DECRETO REAL Y SER OBLIGATORIOS.

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